martes, 7 de diciembre de 2010

Nuestra Señora de la Limpia y Pura Concepción (1641)

Era uno de los principales galeones de la flota de Nueva España. Debido al mal tiempo partió de Veracruz (23 de julio de 1641) con la carga de otro barco que no pudo hacerse a la mar debido al mal tiempo. Llevaba 500 personas a bordo entre tripulantes y pasajeros de los que sólo sobrevivieron 200. Tras abandonar La Habana tuvo que regresar para reparar una vía de agua. Partió a la semana siguiente y un huracán rompió los mástiles a los pocos días. Se encontraba en la costa Este de Florida y el 30 de septiembre se desvía totalmente de su curso. Durante un mes navegó a merced del viento y las corrientes hasta chocar ruidosamente contra un arrecife de coral poco profundo a 75 millas al norte de la República Dominicana (31 de octubre). Varios oficiales se habían amotinado y desoyeron las ordenes del almirante Juan de Villavicencio. Estos oficiales creían que estaban al norte de Puerto Rico y pusieron rumbo hacia el sur. El almirante afirmaba que se encontraban al norte de los arrecifes coralinos. Ante la insubordinación, Villavicencio ordenó que le trajeran un recipiente de plata y delante de los pasajeros se lavó, literalmente, las manos. El daño inicial fue leve, pero los intentos de la tripulación por liberar al barco de las rocas abrieron varios boquetes en el casco. Quedó asentado sobre una punta de coral y acabó partiéndose por su popa. Durante los dos días en que tardo en hundirse, los pasajeros y la tripulación arrancaban desesperadamente tablones del armazón del buque para improvisar balsas.
La carga del Concepción:
Llevaba 25 toneladas de oro y plata, varios miles de monedas, un cantidad considerable de joyas y piedras preciosas con destino al rey de España, objetos personales de valor que eran de la viuda de Hernán Cortés, e innumerables piezas de porcelana china pertenecientes a la dinastía Ming. Los últimos treinta hombres arrojaron la carga sobre el arrecife para que no se precipitara al fondo y pudiera ser localizada. Sólo uno de ellos sobrevivió. Como muchos galeones que volvían a la Península llevaba tres veces el peso autorizado. Algunos gobernadores enviaban botines personales y mercancías de
contrabando.
Willian Phips encuentra los restos y recupera parte del tesoro (1687):
Diversas expediciones de rastreo fueron organizadas por buscadores privados entre 1650 y 1660 sin ningún éxito. Willian Phips, un joven marino de Nueva Inglaterra financiado por nobles ingleses, localizó los restos del Concepción y recuperó parte del tesoro. No pudo recoger todo debido a la falta de provisiones, al mal tiempo y a la presencia de piratas franceses. Phips realizó el rescate con ayuda de buscadores de perlas nativos que descendían con la ayuda de piedras y eran capaces de aguantar hasta cinco minutos. Como recompensa fue distinguido por Jaime II con el título de Sir y recibió una parte de lo hallado. Los restos del Concepción permanecieron perdidos durante tres siglos. En 1978 el estadounidense Burt Webber utilizó una carta náutica de uno de los barcos de Phips para señalar la zona que más tarde exploró sistemáticamente Tracy Bowden.


El «Santo Cristo de Maracaibo», ¿al fin descubierto?

Un investigador asegura haber localizado, sin ningún permiso legal, el legendario galeón hundido en la ría de Vigo. La preciada carga del barco podría valer 3.500 millones de euros.

Uno de los galeones perdidos más legendarios puede haber sido descubierto. «Estamos seguros al 99,9%», comentó Luis Valero de Bernabé. Este investigador marino y su equipo creen que han encontrado el Santo Cristo de Maracaibo, uno de los barcos más buscados, cerca de las islas Cíes. El cazatesoros no quiso ofrecer ningún dato más de su localización, para evitar «hacer el trabajo a otros». El tamaño del pecio, la extensión de los restos, los documentos del Archivo de Indias y del museo naval británico de Grennwich hacen estar seguros a Valero de Bernabé de estar en una pista cierta.
Valero de Bernabé, quien se presentó como representante de la empresa norteamericana See Hunt, se jactó de haber superado a otras empresas del sector, como Odissey, que buscó de forma infructuosa el tesoro del Santo Cristo. El primer contacto con los restos se produjo «de casualidad», cuando el buceador Daniel Moraleja se encontraba en la zona realizando otros trabajos. «Se ven los cañones. Lo único que está bien es la parte que está enterrada. El resto ha sido destrozado por el mar», explicó Moraleja. Dada la profundidad y la situación del buque, Moraleja y Valero de Bernabé coincidieron en que levantar el barco será factible. «Tenemos la tecnología y el capital necesario. Lo único que nos falta es ponernos de acuerdo con la administración», aseguró el cazatesoros.
Además, indicó que su empresa consiguió todos los permisos necesarios en 2004 para analizar la zona; cuando se localizó el barco, se mandaron las coordenadas exactas al Ministerio de Cultura. Sin embargo, fuentes ministeriales negaron que se haya dado permiso alguno. Además, señalaron que la sociedad del Quinto Centenario ya estudió las Cíes entre 1989 y 1992 y delimitó la probable zona de hundimiento. Por otra parte, la Conselleria de Cultura e Turismo negó también que diera algún permiso para realizar un estudio
Perdido 300 años
El cazatesoros no se cortó a la hora de hablar de la carga. Si está en el fondo marino lo que se cree, Valero de Bernabé aseveró que la carga puede valer 3.500 millones de euros. «Pero no tiene un valor hasta que no se vea. En el Atocha, por ejemplo, las esmeraldas de contrabando que se encontraron, valían más que la bodega entera», matizó. Ese tesoro, no obstante tiene un propietario claro: «Es la Armada. Era un buque de una flota española». En la caótica rueda de prensa, tanto el buzo como el descubridor se enzarzaron en discusiones con investigadores invitados al acto. Enrique Lechuga, investigador y secretario general de la Fundación Iberoamericana para el Fomento de la Cultura y las Ciencias del Mar (FOMAR), afirmó que todo lo expuesto «es falso». Este historiador considera que el pecio está a 500 metros y en el sur de Baiona, cerca de la frontera portuguesa.
La leyenda del Santo Cristo comenzó hace casi 308 años. Este hermoso galeón llegaba de América con otros barcos en una flota al mando del almirante y general Manuel de Velasco y Tejada a la ría de Vigo. Su escolta francesa le había recomendado que se protegiera ante la cercanía de una flota enemiga procedente de Inglaterra y las Provincias Unidas (germen de los actuales Países Bajos). Habían «olido» el oro y la plata coloniales que llenaban las entrañas de los barcos estaban al acecho. Las dos flotas entraron en combate el 5 de noviembre de 1702, nada más pasar el estrecho de Rande que dio nombre a la batalla. También sirvió para que Julio Verne situara en las costas gallegas el avituallamiento de oro del Nautilus de 20.000 leguas en viaje submarino.
La pelea se decantó pronto del lado inglés y neerlandés, que causó 4.000 muertos y heridos entre franceses y españoles. Las tropas de los almirantes George Rooke y Philips van Almonde se quedaron con casi todo el tesoro (algo se pudo salvar antes). Los vencedores repartieron la carga entre los barcos más sanos y llenaron el Santo Cristo, ya que era el galeón con mayor capacidad. Sin embargo, el desconocimiento de la zona por parte del capitán hizo que partiera con marea baja; pero el barco no pudo remontar y se hundió lleno de riquezas.

Aquí os dejo las imágenes del sónar que muestran la situración del barco. 




La leyenda del "Santo Cristo de Maracaibo"

Cuando se habla del Santo Cristo de Maracaibo, nadie, incluido los expertos, distingue la realidad de la leyenda. El naufragio de este galeón ha traído de cabeza a buceadores aficionados, cazatesoros extranjeros e intrépidos aventureros locales.
Fracasaron todas las expediciones para localizarlo, y pese a todo, los intentos se han venido sucediendo a lo largo de los últimos 50 años.Ahora la atención se centrará en la misión que iniciará en verano el Ministerio de Defensa. Sus expertos conocen con detalle a qué se enfrentan,y las incógnitas que deben despejar no son pocas. Porque además de desconocer con exactitud dónde yace sumergido, no está probado que llevase la valiosa carga que le atribuye la historia: 900 toneladas de oro.
"Al ministerio lo que menos le preocupa son las monedas que llevaba, sino el valor histórico del pecio", asegura el almirante Gonzalo Rodríguez González- Aller, director del Órgano de Historia y Cultura Naval. Pero tanto en Defensa como Cultura reconocen que ha sido precisamente la atención que han puesto varias compañías cazatesoros en ese galeón lo que les ha hecho desconfiar.
Y por este motivo, el Santo Cristo es uno de los pecios elegidos para iniciar ese mapa arqueológico de España,y a partir de ahí,"proteger este galeón de los expoliadores y conservarlos". En ningún caso, añade González-Aller, la localización supondría la extracción a la superficie del casco hundido. Otra cosa bien diferente es si al final se encuentra el pecio y los minisubmarinos que Defensa envíe al fondo detecten el preciado oro. Una escena muy lejana en el tiempo para la que los ministerios aún no tienen respuesta.
En una visita aVigo con motivo del trigésimo aniversario de la batalla de Rande, el francés Jean-Ives Blot, una de las mayores eminencias de la arqueología submarina en el mundo, razonaba así la leyenda en torno a este pecio: "Todo empezó en mil ochocientos sesenta y pico, cuando un coronel inglés con una gran capacidad para organizar buceos de rescate vino a Vigo. En su documentación plasmó que uno de los galeones que los ingleses había apresado se perdió a la salida de las islas Cíes, donde chocó y se hundió. El galeón,según los testimonios escritos, estaba intacto,pero sin las riquezas oficiales de la Corona".
La llegada de John Potter
Hasta esta parte del relato, Jean-Ives Blot pone en duda la existencia de monedas de oro en las bodegas del Santo Cristo. Pero a partir de los años 50 vuelve a reavivarse la leyenda, esta vez de la mano del buzo nortea m e r i c a n o John Potter. Así lo narra el francés: "Potter y su equipo empezaron a bucear al sur de las islas Cíes. El problema que tuvieron es que no investigaron y pensaron que el navío se hundió inmediatamente en las cercanías."
Investigaciones posteriores realizadas por el Departamento de Arqueología Naval delV Centenario desmontaron la extendida creencia de que el Santo Cristo yacía próximo a la costa. Tras examinar la totalidad de los diarios de a bordo de los navíos ingleses que acompañaban al galeón,entre ellos,el Monmouth, llegaron a la conclusión de que el galeón se hundió "mar adentro, muy lejos de la costa".
Entre 1991 y 1993, un equipo dirigido por Jean-Ives Blot realizó una expedición patrocinada por la Sociedad Estatal Quinto Centenario. Se trataba de la inversión más cuantiosas realizada por el Estado en la búsqueda de los galeones de la batalla de Rande. El grupo del francés efectuó un pormenorizado estudio cinemático de la zona, teniendo en cuenta las corrientes y las mareas. En paralelo, otros especialistas escrutaron los diarios de a bordo de los más de 50 barcos que vieron cómo el Santo Cristo se iba a pique aquel 5 de noviembre de 1702. Al final, un robot submarino izó a superficie un pedazo de madera encontrado a 560 metros de profundidad. Las posteriores pruebas del carbono 14 determinaron que pertenecía a la misma época que el Maracaibo. Para el Gobierno, en cambio, ese análisis no es determinante.Y al menos oficialmente, la leyenda continúa.
 
 

La carta arqueológica subacuática más vanguardista de España.

Los fondos marinos de Ceuta pueden respirar tranquilos. Los tesoros que descansan bajo sus aguas tienen desde hace unos meses el seguro de vida con el que no contaban zonas como las que rastreó el Odyssey en aguas del Estrecho de Gibraltar, quien extrajo el botín de un barco español hundido a principios del siglo XIX. Se trata de el único documento científico que puede certificar y catalogar la existencia de restos históricos en el fondo del mar: su propia carta arqueológica subacuática.

El director del proyecto de investigación realizado por la empresa malagueña Nerea, Javier Noriega, explica que el objetivo primordial de las cartas arqueológicas subacuáticas es la protección del patrimonio sumergido, una herencia amenazada por los cazatesoros de todo el mundo que encuentra en España uno de los países con mayor cantidad de buques hundidos (según la UNESCO más de tres millones de barcos dormitan en el fondo de los océanos mundiales). Así, hace un año y, como consecuencia de la polémica entre el Gobierno español y norteamericano por el descubrimiento del buque La Mercedes por parte de la compañía Odyssey Marine Exploration, el ejecutivo nacional aprobó el Plan Nacional de Protección del Patrimonio subacuático, cuya principal herramienta de trabajo es una carta arqueológica subacuática. En los últimos meses España se ha adherido también a la Convención de la UNESCO sobre la Protección del Patrimonio Cultural Subacuático que entró en vigor el pasado 2 de enero. Aunque está ratificada por 20 países, España es la única potencia naval histórica firmante ya que países como Estados Unidos, Reino Unido, Francia o Japón han preferido no suscribirlo.
Según han confirmado los expertos del grupo Nerea, Ceuta se sitúa ahora a la cabeza de la arqueología subacuática española ya que su carta arqueológica, una de las pocas que existen en todo el territorio nacional, utiliza los últimos adelantos tecnológicos disponibles. “Ha sido un reto innovador para la consejería de Cultura y su resultado pone a Ceuta en la vanguardia de los estudios de este tipo con una de las cartas más completas y modernas de todo el litoral español”, afirma Daniel D. Florido, técnico de arqueología subacuática de la empresa que explica que a día de hoy “sólo Cataluña posee una carta arqueológica completa, aunque no es tan exhaustiva como la de Ceuta”, mientras que Andalucía y Valencia tienen la suya en desarrollo.
Lo que hace a la carta ceutí sobresalir entre las otras es la geofísica submarina, una herramienta que tiene su origen en la geología, pero que se aplica también al servicio de la arqueología.  “En esta carta subacuática hemos utilizado tres aparatos complementarios: el sónar de barrido lateral, un magnetómetro de protones (una especie de detector de metales que se remolca desde el barco) y un perfilador de lodo”, explica Florido. “No todos los investigadores están de acuerdo con éste método, hay quien prefiere basarse en el estudio de documentos, pero nosotros somos partidarios de usar todas las herramientas disponibles a nuestro alcance y analizar los datos cotejándolos con la documentación. En el caso de Ceuta ha dado resultado y gracias a ello hemos descubierto algunos de los yacimientos que de otra forma podían haber pasado desapercibidos”. 
La fase documental del proyecto ha sido la que ha ocupado prácticamente la totalidad del tiempo, mientras que el trabajo de campo duró unos seis meses. La investigación previa, que empezó en otoño de 2007, se había prolongado durante otros siete, tomando como punto de partida la Carta de Riesgo (un estudio previo de la Consejería de Cultura de Ceuta que analizaba el fondo del mar, principalmente su flora y la fauna), que identificaba 24 puntos o anomalías en el litoral de Ceuta. Después, el estudio archivístico llevó a los técnicos de Nerea hasta Londres, y cuando tuvieron los datos necesarios delimitaron su actuación a zonas concretas del litoral.
Hallazgos sorprendentes
El estudio de Nerea certifica que Ceuta cuenta con un área arqueológica de primer orden, con restos históricos como el vapor inglés Melita, hundido1886. Además, se han descubierto una buen número de pecios con valor arqueológico como el Antonieta (siglo XIX), varios barcos portugueses del siglo XVI y pecios franceses del siglo XVIII, un carbonero del siglo XIX-XX y un yacimiento romano en la dársena del puerto. También se han encontrado una serie de pecios de importante contenido etnográfico que van desde el Santa Teresa (embarcaciones militares de transporte y de madera que sirvieron al ejército español situado en Ceuta a lo largo del siglo XX). Se ha catogado también la existencia de un importante yacimiento  pasando por una cantidad notable de hundimientos en los isleros de Santa Catalina con una larga línea cronológica, desde la época romana hasta la moderna.
Mucho de lo que se ha encontrado durante la investigación todavía no tiene valor arqueológico como tal, ya que data de los años 50 y 60, por lo que no superan el criterio de la UNESCO que sitúa el umbral de los 100 años como la fecha a partir de la cual un elemento puede considerarse resto arqueológico, “aún así, el valor etnográfico reciente es muy alto”, afirma Florido. El técnico confirma también que, aunque no se han encontrado restos fenicios, “un legado que esperábamos encontrar ya que conocíamos su existencia”, sí se ha localizado una un yacimiento romano, aunque para verificar la cronología exacta del mismo sería necesario un estudio más profundo, ya que se encuentran a un gran nivel de profundidad bajo el subsuelo del lecho marino.  “Los restos arqueológicos de Ceuta se encuentran a un gran nivel de profundidad y conforman unos fondos muy bonitos, pero muy profundos”, dice el arqueólogo, que afirma que esto supone a la vez un peligro y una virtud. Hay que tener en cuenta que la mayor parte de los yacimientos se encuentran alrededor de los 40 metros de profundidad, una cota que rara vez se ha superado en prospecciones arqueológicas submarinas en el entorno Europeo.
Tras una inversión de casi 40.000 euros, los restos que observa la carta arqueológica de Ceuta están ahora bajo la protección del Servicio Marítimo y los Grupos de Actividades Subacuáticas de la Guardia Civil (GEAS). Con los elementos que se han extraído del fondo del mar para ser estudiados, (los menos, ya que la compañía no es partidaria de extraer si no es inevitable) la consejería de Cultura de Ceuta ha anunciado su intención de que se cree un nuevo museo donde se expondrá el patrimonio sumergido de la ciudad.

Para empezar veámos pues como esta la actual situación de la arqueología submarina en España.

Al recurrir a la bibliografía mundial sobre arqueología subacuática, todavía hoy, al fijarnos en los mapas de distribución de yacimientos arqueológicos submarinos en el Mediterráneo observamos, en las costas, especialmente de Francia y Italia, una tupida nube de puntos que indican la ubicación de otros tantos yacimientos, mientras que para España el vacío es prácticamente total.
El motivo es obvio:
La arqueología subacuática española lleva un retraso de prácticamente treinta años con respecto a otros países europeos. Efectivamente, en 1950 Lamboglia hizo los primeros intentos de excavar con finalidad científica el barco de Albenga y en 1952 Benoit fue responsable de la dirección científica de la excavación del pecio del Grand Congloué. Eran las primeras tentativas para pasar de la mera recuperación de objetos del fondo del mar a la investigación arqueológica de estos restos submarinos. En 1960 Bass realizó en Cabo Gelidonia, en las costas turcas, la primera excavación arqueológica subacuática con un equipo de arqueólogos.
Es, por tanto, a finales de la década de los años 50 y principios de los 60 cuando se sentaron en el Mediterráneo las bases de lo que será la arqueología submarina moderna, realizada por arqueólogos profesionales y por instituciones científicas. A partir de estas experiencias, y al escaso ritmo que marcan las disponibilidades presupuestarias y las decisiones administrativas, los dos países pioneros, Francia y Italia, crearon sus propias infraestructuras y organismos especializados. En 1957 se creó en Albenga el Centro Sperimentale di Archeologia Sottomarina y en 1967 la Direction des Recherches Archéologiques Sous-Marines con sede en Marsella.
Sin olvidar el papel jugado en España, durante los años 60 y 70, por los patronatos de arqueología submarina y por las iniciativas de clubes de inmersión y submarinistas deportivos, hemos de reconocer que fue necesario que pasaran todavía muchos años para que arqueólogos y instituciones españolas iniciaran la gestión del patrimonio cultural ubicado en aguas españolas y la excavación científica de barcos hundidos.
No será hasta la década de los 80 cuando comiencen a surgir en España instituciones oficiales dedicadas a la arqueología subacuática. La celebración en Cartagena en 1982 del VI Congreso Internacional de Arqueología Submarina supuso la presentación en sociedad del Centro y Museo de Investigaciones Arqueológicas Subacuáticas dependiente del Ministerio de Cultura. Ya en 1981 se había celebrado en Girona la primera oposición para cubrir una plaza de arqueólogo submarino en una institución pública.
Durante estos años se produjo un cambio substancial al ir traspasándose a las comunidades autónomas las competencias de cultura, y entre ellas las de arqueología. Esto se produjo al mismo tiempo que se promulgaba la ley 16/1985 de 25 de junio, del Patrimonio Histórico Español, por la que los yacimientos arqueológicos terrestres y subacuáticos recibieron el mismo tratamiento legal. Paralelamente un grupo de arqueólogos repartidos por toda la Península trabajaban en arqueología subacuática produciendo que en centros oficiales y universidades surgieran grupos de trabajo, proyectos, excavaciones, cursos, etc., que generaban nuevos y buenos resultados, todo lo cual acabó produciendo que en Cataluña, Valencia, Murcia y Andalucía se crearan centros oficiales dedicados a la arqueología subacuática y que en todos ellos se integraran arqueólogos.
Sin duda falta mucho camino por recorrer y la situación de la arqueología subacuática en la Península Ibérica dista mucho de ser buena, pero el avance cuantitativo ha sido espectacular ya que en estos momentos toda la costa del levante y sur español, desde Girona a Huelva, cuentan con uno o más técnicos especifica y profesionalmente dedicados a la protección, estudio y difusión del patrimonio cultural subacuático y lo más importante es que estos técnicos están integrados en el seno de organismos administrativos que aseguran la continuidad de los proyectos más allá de las situaciones estrictamente personales.
En la cornisa cantábrica y Galicia, si bien no existen centros oficiales específicamente dedicados a la arqueología subacuática, los grupos de trabajo existentes en Santander y San Sebastián pueden ser el embrión de nuevas realidades. Paradójicamente las dos comunidades autónomas insulares, Baleares y Canarias, en las que la arqueología subacuática tiene enormes posibilidades, carecen de instituciones especializadas en este campo.
En el momento de hablar de la arqueología subacuática española no es gratuito hacer un repaso del estado de esta actividad en los países de nuestro entorno geográfico, ya que un barco, el yacimiento arqueológico subacuático más típico y tópico, es una máquina en movimiento que se hunde, generalmente por azar, en un punto de su ruta, así Culip VI, una embarcación hundida hacia el año 1300 en las costas de Girona cuando transportaba un cargamento de cerámicas del norte de Africa a algún puerto del sur de Francia podría haber naufragado en cualquier otro punto entre Africa y Francia.
El arqueólogo subacuático en su trabajo científico está obligado a prescindir de las fronteras de la geografía política actual y a interesarse y potenciar el desarrollo de la investigación en el marco paleogeográfico político del momento histórico que estudia. Será imposible estudiar en profundidad la arquitectura naval española de los siglos XVI y XVII hasta que la arqueología subacuática americana no ofrezca más resultados.
En Portugal se ha producido una evolución de la arqueología subacuática que ha culminando con la creación en Lisboa del Centro Nacional de Arqueología Náutica e Subaquática.
En el resto del Mediterráneo occidental, Italia, a pesar de los problemas administrativos que atraviesa en este campo, dispone de un nutrido grupo de técnicos. Francia tiene totalmente consolidada su arqueología subacuática. En la costa africana desgraciadamente el vacío es casi total.
Creemos que las décadas de los años 80 y 90 han sido el período de gestación de la arqueología subacuática científica en la Península Ibérica y que a finales de los 90 se dan las circunstancias favorables para iniciar una nueva fase de la arqueología subacuática española.
Durante estos más de quince años las instituciones públicas, tanto el gobierno central como los autonómicos, han comenzado a asumir la arqueología subacuática como una responsabilidad propia y se han dotado de organismos especializados. Al mismo tiempo se han ido formando especialistas en campos diversos y del ya enorme número de licenciados universitarios con títulos de inmersión subacuática, han ido surgiendo especialistas en restauración, en arquitectura naval de los diversos períodos, topógrafos, fotógrafos y un largo etcétera de profesionales que comienzan a estudiar la historia teniendo muy en cuenta el papel jugado por la navegación.
Numerosas universidades españolas han introducido la arqueología subacuática en sus planes de formación. Unas de manera estable: La universidad de Zaragoza hace años que contempla estas enseñanzas en el tercer ciclo y la universidad de Barcelona ofrece a sus alumnos de segundo ciclo una asignatura con el título de Arqueología Náutica y Subacuática. Otras, de forma periódica, ofrecen cursos y seminarios: La de Murcia a través de sus Aulas del Mar, la de Valencia con las Jornadas de Arqueología Subacuática, la Autónoma de Madrid con los Cursos de Arqueología Subacuática o la de Oviedo con sus Jornadas de Arqueología Subacuática de Asturias, entre otras. Este es un síntoma claro de la nueva situación en la que la comunidad científica va abandonando antiguas reticencias hacia la arqueología subacuática, dándose un paso de gigante hacia la normalización de esta actividad.
Estas nuevas realidades han producido ya resultados importantes: Unos más visibles como exposiciones, publicaciones científicas y trabajos de divulgación en general. Otros menos evidentes pero también enormemente importantes son todos los relativos a la gestión del patrimonio cultural subacuático. La catalogación de este patrimonio se ha convertido en un objetivo prioritario de todos los nuevos organismos dedicados a arqueología subacuática y esto ha generado, entre otros logros, una mayor protección de los yacimientos. Algo impensable hace escasos años, como eran las prospecciones arqueológicas previas a las obras públicas en medio marino están ya realizándose, igual que las excavaciones de urgencia, lo cual conlleva la implicación de otros organismos de la administración en esta nueva dinámica de protección del patrimonio.
Si pensamos que en 1980 no existía en la Península Ibérica ningún arqueólogo dedicado profesionalmente a la arqueología subacuática, que no existía ningún organismo público con los medios suficientes para poder llevar a cabo una excavación de urgencia y comparamos esta situación con la de 1999, tendremos que coincidir en que la evolución ha sido asombrosa. No obstante la situación actual todavía dista demasiado de ser satisfactoria; por ejemplo, sólo existe en las costas de la península un barco dedicado específicamente a arqueología subacuática y aún con una dotación insuficiente.
La falta de medios, pero sobre todo de profesionales, es un problema grave que impide alcanzar los objetivos mínimos deseables, ya no para la investigación, sino incluso para asegurar una aceptable gestión y protección de este patrimonio que sigue siendo objeto de un expolio sistemático. La arqueología subacuática española actual se gestó en los años de creación y expansión de las administraciones autonómicas, en unos años de una cierta euforia económica. Pero a finales de los noventa se ha producido una drástica reducción del gasto público y los centros de arqueología subacuática que acababan de surgir con unas dotaciones mínimas, únicamente válidas para asegurar su apertura, pero con una intención de desarrollo progresivo, han visto parado su despliegue.
Esta circunstancia acontece en un momento en que aumenta la presión sobre el patrimonio cultural subacuático de grupos económicos o simplemente de aventureros que pretenden actuar sobre el patrimonio arqueológico submarino para su beneficio particular o para fines extra arqueológicos, disfrazando de investigación científica lo que son meras recuperaciones de objetos antiguos del fondo del mar. La conocida como Operación Galeón, la compra por parte de la Comunidad de Madrid de los restos del San Diego o las actuaciones de Ballard en el Mediterráneo pueden ser algunos ejemplos de una actitud que ya tuvo, en Portugal, la consecuencia más transcendente con la promulgación de la legislación portuguesa favorecedora de la caza de tesoros, la cual afortunadamente está ya derogada. Se trata de un problema grave que podría afectar muy negativamente a la joven arqueología subacuática española que todavía carece de los medios para contrarrestar la presión de poderosos grupos económicos o militares con acceso a los centros de decisión política y a los medios de comunicación. No se trata de especulaciones. En todas las operaciones de este tipo detectadas en Europa existe implicada una institución bancaria y no podemos olvidar que Ballard ha utilizado para sus actuaciones en el Mediterráneo un submarino nuclear de la armada norteamericana.
En estos momentos de inicio de una etapa de consolidación en la arqueología subacuática peninsular sería conveniente, por una parte, la existencia de un código deontológico, y por otra, la promulgación de una legislación específica que contemple las peculiaridades de la arqueología subacuática. La ley del Patrimonio Histórico Español concede a los yacimientos subacuáticos el mismo nivel de protección legal que a los terrestres, sin tener en cuenta que la situación y las peculiaridades del patrimonio subacuático no son las mismas que las del patrimonio terrestre. De entrada, no es el mismo el cuerpo legal de las leyes del mar que el conjunto de leyes del suelo, no son las mismas las administraciones competentes, no son los mismos los problemas de conservación y restauración de los objetos, es totalmente diferente la problemática técnica de la excavación arqueológica y es también diferente la problemática de vigilancia y protección de ambos tipos de yacimientos. En este sentido algunas tímidas medidas complementarias se han introducido en las legislaciones y en las normativas autonómicas. Así mientras la legislación española establece que los objetos hallados por azar deben ser entregados a la administración competente, la legislación catalana establece que si bien esto debe ser así en el caso de los objetos hallados en tierra, para los localizados bajo el agua, el objeto debe permanecer en su emplazamiento y ponerse en conocimiento de la administración el lugar de hallazgo. Igualmente se establecen diferencias en la documentación para la solicitud de permisos de excavación ya que en el caso de excavaciones subacuáticas ha de hacerse constar la profundidad a la que se encuentra el yacimiento y el tipo de fondo. Ejemplos tan obvios no hacen más que hacer patente la necesidad de una legislación específica sobre arqueología subacuática.
Siguiendo en el marco legal, es necesario establecer la figura del buceo científico, ya que la actual orden en vigor de 14 de octubre de 1997, por la que se aprueban las normas de seguridad para el ejercicio de actividades subacuáticas en la que se equipara el buceo científico al profesional es un claro inconveniente para el desarrollo, no sólo de la arqueología subacuática, sino también de una buena parte de la biología marina, con lo que se produce un ralentizamiento de la investigación científica submarina en general.
Probablemente una de las áreas en la que será necesario realizar un esfuerzo prioritario durante los próximos años será en la de la conservación y restauración de los objetos que después de haber pasado siglos en un medio tan particular como el acuático, pasan al medio aéreo en el que las condiciones físico químicas son totalmente diferentes, lo cual origina un proceso de deterioro que puede acabar con la destrucción del objeto. Se trata, especialmente en el caso de los materiales orgánicos y sobre todo de la madera, tan abundante en los yacimientos subacuáticos, de una problemática muy específica y que requiere, para una correcta solución, una infraestructura compleja y sobre todo la existencia de unos técnicos especializados cuya formación requiere un tiempo dilatado. En este sentido no podemos olvidar que no únicamente la restauración, si no la arqueología en general es una actividad pluridisciplinaria y que la formación de equipos de este tipo con un objetivo común no es una tarea fácil ni a nivel personal ni a nivel de organización administrativa.
La experiencia demuestra que si la creación de equipos pluridisciplinarios estables no es una tarea fácil, tampoco lo es la creación de equipos únicamente de arqueólogos ya que la arqueología española arrastra todavía una nefasta tradición de excesivo individualismo. La arqueología subacuática, aunque sea únicamente por los condicionantes técnicos que impone el trabajo bajo el agua, debe ser necesariamente una labor de equipo.
En este aspecto de las relaciones interpersonales una situación que se ha mostrado potenciadora o enormemente ralentizadora de la arqueología subacuática es el tipo de conexión que se establezca entre los arqueólogos terrestres y los subacuáticos especialmente en lo referente a organización administrativa. Hasta ahora, en España, todos los arqueólogos subacuáticos profesionales procedemos, afortunadamente, de la arqueología terrestre, lo cual nos confiere una visión global de la práctica arqueológica. Por esta circunstancia y por un convencimiento profundo, todos hemos defendido la necesaria unión de la arqueología terrestre y subacuática ya que ambas persiguen un mismo fin. Este planteamiento ha sido, en muchas ocasiones, mal entendido y esta unidad, que es cierta a nivel científico, se ha pretendido traspasar al campo de la organización administrativa por ignorancia, por comodidad o por simple defensa de intereses particulares. Lo normal es que se haya tendido a supeditar la arqueología subacuática a la terrestre, sin entender las particularidades y necesidades específicas de la primera. De esto tenemos pruebas claras en el campo de la legislación y la normativa, ya hemos comentado como se ha elaborado una legislación pensada en la arqueología terrestre en la que lo único que se ha hecho es añadir una frase que vine a decir que todo lo legislado para tierra se aplica también al agua.
En el campo de la organización administrativa la situación es similar. La arqueología subacuática apareció en un momento en que los organigramas de la arqueología, pensados para la problemática terrestre, ya estaban establecidos y consolidados y lo único que se ha hecho con la arqueología subacuática ha sido crear unos anexos que cuelgan, no se sabe muy bien como, de los organigramas anteriores. Así las labores de inspección, o de programación o la asistencia a las reuniones técnicas de patrimonio son realizadas por arqueólogos terrestres que no conocen los pormenores de la situación del patrimonio cultural subacuático o lo que es peor que consideran que estos matices no existen. Es necesario que se entienda que la cultura de un pueblo es un todo indivisible por lo que no puede tratar independientemente la pintura, de la escultura o de la arquitectura o de la historia o de la arqueología, pero que igual que no presenta la misma problemática ni requiere las mismas soluciones administrativas la danza clásica que la popular también es diferente la problemática de la arqueología subacuática de la de la terrestre.
Probablemente sea con el incremento de publicaciones científicas con lo que se irán haciendo más patentes estas diferencias y cuando llegue ese momento sería deseable que la razón y no la defensa a ultranza de situaciones consolidadas, haga adoptar las soluciones más idóneas. En estos momentos el centro dependiente del Ministerio de Cultura dispone ya de una revista periódica y el dependiente de la Generalitat de Catalunya distribuirá en las próximas semanas el primer volumen de una serie monográfica específicamente dedicada a arqueología subacuática. Otras publicaciones no periódicas han aparecido recientemente y nos consta que otras están en prensa. Confío que los resultados de los esfuerzos realizados durante los últimos años sigan poniéndose a disposición de la sociedad y sería deseable continuar en esta vía en intimo contacto con las universidades, de tal manera que trabajos de final de carrera o tesis doctorales vayan produciendo una visión más unitaria y global de la arqueología, todo lo cual dará como resultado el poner a disposición de la sociedad las informaciones suficientes para que pueda conocer su evolución como pueblo.
Previsiblemente en la próxima década la arqueología subacuática española debería consolidarse como actividad científica y todo parece indicar que así ocurrirá. Será responsabilidad de los arqueólogos y de las instituciones culturales el dejar muy patente que una cosa es hacer arqueología subacuática y otra muy diferente el sacar un lavabo de un camarote del Titánic. Probablemente el previsible cambio que debe producirse no vendrá motivado, básicamente, por la incorporación de nuevas tecnologías que aportarán sofisticados robots que permitan las actuaciones a cada vez mayores profundidades ya que no son imprescindibles. Nuestras costas, a escasa profundidad, están llenas de documentos históricos, no necesariamente con un gran valor económico, pero sí esenciales para el conocimiento de nuestra historia. Probablemente el cambio apunta, por una parte, hacia una protección más eficaz de este patrimonio enormemente frágil y por otra, hacia un mejor aprovechamiento de este patrimonio y hacia una nueva organización de la actividad.
En junio de 1998 la UNESCO ya ha sometido una discusión de los estados miembros del borrador de un documento para la protección del patrimonio cultural subacuático. Probablemente no será una discusión fácil; están en juego importantes intereses económicos, militares, estratégicos y incluso sentimentales que tienen muchas posibilidades de anteponerse a cuestiones arqueológicas. Algo tan necesario como la salvaguarda del patrimonio ubicado en aguas internacionales puede convertirse en escollo insalvable. Alguien ha entendido la extraña actuación de Ballard en el Mediterráneo a la búsqueda de barcos hundidos en una zona tan estratégica como es el estrecho entre Sicilia y Africa, rozando las aguas jurisdiccionales de varios países y utilizando un submarino nuclear de la armada estadounidense, como una reivindicación de la existencia de aguas internacionales en las que cualquier actuación es libre. El antiguo contencioso entre Grecia y Turquía a causa de la delimitación de sus aguas con el problema de Chipre como ejemplo, es otra prueba de esta problemática.
Por otra parte se plantean discusiones y se adoptan posturas en torno a la propiedad o al menos los derechos del país que abanderó el barco y aquel en cuyas aguas se hundió. El problema no es baladí, en aguas del Caribe reposan tesoros de la época de dominio español con valores incalculables, por otra parte, algunos ejércitos se oponen a que sus barcos de guerra puedan ser objeto de actuaciones de otros países.
Si bien la discusión no será fácil, ya es importante el hecho de que se produzca esta discusión a nivel internacional, tanto porque indica la existencia de una sensibilización que va creciendo, como porque los acuerdos a los que se lleguen, dentro de las posibilidades, supondrán un precedente y una mejora para la protección del patrimonio cultural subacuático.
La otra línea de cambio parece apuntar hacia el más y mejor aprovechamiento de este patrimonio y hacia una nueva organización de la actividad. En este sentido hace años que se avanza tímidamente y la creación de parques arqueológicos submarinos visitables son un ejemplo de una realidad en expansión. Los museos marítimos están inmersos en un proceso de cambio en el que ya no tiene cabida la mera exhibición de curiosidades marineras o de las antiguas proezas militares.
Probablemente los cambios más importantes se producirán en el campo de la organización de esta actividad ya que las administraciones públicas cada vez se apartan más de la concepción tradicional de hacedoras universales. En este sentido parece caminar la drástica reducción de puestos de trabajo público. Tendrán que ser, cada vez más, los profesionales liberales y no los funcionarios los artífices del futuro de la arqueología subacuática y el gran enigma es, hasta que punto la administración estará dispuesta y podrá ejercer el control sobre el uso correcto de este patrimonio público para que cumpla su función social o, por el contrario, primarán los intereses económicos o de prestigio de grupos minoritarios.